que estos no saben derivar el aire.
No intentes buscarme en la función
de los reales; solo existo para aquellos
que reinventan cada mañana el mar con
parábolas proyectadas al límite del olvido.
Hay una constante imitando tus ojos,
coleccionando periódicos e imaginarios
como quien colecciona milagros para creer.
Yo me hago constante y me derivo, para oírte
contar con la lluvia las coordenadas que faltan
para ubicarnos en el gran plano cartesiano: la vida.
Me dices que el amor es un número primo:
solo divisible por uno y por si mismo.
Yo te digo que el amor no existe
y sin embargo escribo palabras
en tu nombre. Te transformo
en un montón de sílabas en
función “uno : uno” como
“yo : # te extraño”.
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