En algún recodo de nuestras mentes,
en alguna de las habitaciones
de nuestro cuerpo, sin que siquiera lo sospechemos,
sin advertencias ni ritos de despedida,
muere la muerte que morimos
víctima de los precoces latidos del corazón.
Vana es la marcha de nuestra sangre,
el ejercicio de nuestro minúsculo milagro…
Lo que solemos llamar organismo
no es más que una
forma sofisticada de tirar todo por la borda.
Nuestro cuerpo es un molino, donde el trigo del viento
es reducido a polvo de agonías, harina de estertores
con la cual, llegado el día,
hornearemos el pan rescoldado de la muerte.
en alguna de las habitaciones
de nuestro cuerpo, sin que siquiera lo sospechemos,
sin advertencias ni ritos de despedida,
muere la muerte que morimos
víctima de los precoces latidos del corazón.
Vana es la marcha de nuestra sangre,
el ejercicio de nuestro minúsculo milagro…
Lo que solemos llamar organismo
no es más que una
forma sofisticada de tirar todo por la borda.
Nuestro cuerpo es un molino, donde el trigo del viento
es reducido a polvo de agonías, harina de estertores
con la cual, llegado el día,
hornearemos el pan rescoldado de la muerte.
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