Digo adiós a las despedidas,
abrazo la distancia de una espalda,
me escondo en el vacío de un abrazo.
Porque toda muerte es un hasta luego,
Porque toda muerte es un hasta luego,
digo, o quiero decir, toda muerte es
una puerta que se abre, un umbral
por donde transita la prole de la noche,
prójimo de los pañuelos al viento
como gaviotas precoces que se marchan.
Digo hasta luego a las ausencias,
a las sillas desocupadas, a los sombreros,
a las hojas que las veredas condecoran,
a la voz serena de los puentes, al estruendo…
Digo adiós sin que necesite decirlo.
Todo es una despedida agazapada,
como los labios de la muchacha en el metro,
o el lento acontecer de las horas en el espacio.
Algo se aparta del ahora, algo cesa y gime
Algo se aparta del ahora, algo cesa y gime
en el negro extendido del eco de unos pasos.
Porque toda boca está destinada al silencio,
Porque toda boca está destinada al silencio,
todo llanto es prólogo y epílogo de un adiós
que nos deja, así, de pronto, sin tregua.
Me divorcio de mis ojos, de mis lamentos,
de la carne emancipada en el beso, de ti,
del milagro súbito de un te quiero, de todo,
incluso de la absurda despedida de estos versos.
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