Oramos a un Dios que no da la cara
y no se siente cómodo entre nosotros.
Él odia la carne, como el pez al aire
fuera del agua. Se compadece del alma
por su implacable necesidad de cuerpo.
Nos gobiernan perfectos desconocidos
Nos gobiernan perfectos desconocidos
en cuyos hombros jamás hemos llorado
y no saben siquiera a quienes gobiernan
como si el sol no conociera el horizonte
cuando se recuesta sobre su espalda.
Amamos lo otro para no amar lo propio.
Amamos lo otro para no amar lo propio.
Tememos a la imagen macabra del espejo
por su irrevocable más acá. Nos espanta
la irreverente ceguera de nuestra sombra:
somos el objeto superpuesto, el uno afuera.
Añoramos papeles que carecen de valor
Añoramos papeles que carecen de valor
y en ellos depositamos nuestra esperanza
como ídolos paganos a los cuales una vela
juran los inocentes peregrinos motivará
un milagro que los salve de la miseria.
Curiosa inocencia la de esta humanidad
Curiosa inocencia la de esta humanidad
que insiste en buscar más allá de la vida
la vida. Ignoramos por completo el hecho
que todo cuanto hagamos nada cambiará
esta inevitable mortalidad de la carne,
esta hermosa fugacidad del presente.
1 comentario:
que triste...
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